sábado, 23 de junio de 2012


Hace 2800 años aproximadamente, Homero percibió una condición trasmutante en la naturaleza, nos describió en La odisea, a un personaje llamado Proteo y le atribuyó el poder de trasmutarse, el poder de convertirse en cualquier cosa, podía adoptar, según Homero, una a una, todas las formas conocidas por los humanos.


A mediados del siglo XX, la física cuántica comenzó a descubrir que el mundo es dinámico, fragmentario y trasmutante, y afirma que todas las cosas cambian continuamente de forma y de lugar. Por tal motivo podemos asumir que nuestra «era» es indiscutiblemente «proteica», en este contexto nuestra identidad es precaria y nuestra búsqueda de nosotros mismos se vuelve una actividad incesante, pues, como Proteo, nos deshacemos y nos rehacemos continuamente.


En  tal perspectiva no hay lugar para seres inmutables. Todos los dioses se disolvieron en la expansión del tiempo. Proteo mismo no existe como tal, puesto que no podemos identificarlo como algo específico. 

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