Plutarco Cortez
Podemos considerar a Rubí Arana, escritora
nacida en 1941 en Masaya y radicada en Miami desde 1974, una poeta del amor,
pero no del amor erótico caliente. No de ese erotismo terrestre y caliente, al
que nos tienen acostumbrados las poetas nicaragüenses, con Gioconda Belli a la
cabeza. El erotismo de Rubí es un erotismo terrestre pero a la vez sublime.
A diferencia de
esta poeta, otras autoras nicaragüenses no han podido evitar, porque no pueden
o porque no han querido, el caer en ese erotismo terrestre y caliente que se
origina con Belli. Poesía sublime pero vital la de Rubí. En esta poesía de
vuelo cósmico, el ser amado no es un arquetipo, es un hombre de carne y hueso,
un ser palpitante y vital. Y lo sublime se funde con las emanaciones de la carne. Lo sublime en
esta poesía, no es antítesis de lo concreto y determinado.
Entendemos aquí lo sublime como un estado que
trasciende lo vulgar y lo racional. Es lo que nos revela Rubí a través de sus
poemas. Su amor trasciende pero esto no le impide disfrutar intensamente cuando
está cuerpo a cuerpo, carne contra carne con el amado:
Se
desplaza en mis manos
algo
como un sonido.
Te
me vienes llorando
y
me voy a la sombra.
Nuestra poeta va exponiendo su concepción del
mundo, de la vida y del amor, de un modo que nos obliga a una lectura entre
líneas. No podemos ponernos a buscar significados últimos y específicos.
Fracasaríamos en tal propósito. La riqueza verbal y de contenidos no nos
permite establecer un esquema rígido de esta poética. Una poética sugerencial.
Una poética intimista. Si estuviésemos obligados a ubicarla en un contexto
filosófico, lo haríamos sin vacilar en el contexto solipsista. Esta actitud
filosófica nos permite pensar en que tenemos una identidad personal, propia,
privada e inaccesible que nos obliga a distinguirnos del resto.
Por lo demás. en la poesía de Rubí, como en
toda auténtica poesía, se refleja lo trágico que resulta la imposibilidad, en
un mundo cambiante, donde todas las cosas cambian continuamente, de forma y de
lugar, adoptar una identidad persistente. El yo no es sino que está siendo. En
esto radica el drama del yo. La búsqueda del yo es una búsqueda dramática, y
una actividad por sí misma poética.
Rubí es una poeta dueña de su propio estilo y
lenguaje. Con su poesía ha contribuido enormemente al enriquecimiento de la
literatura nicaragüense. Sin lugar a dudas, estará entre las máximas exponentes
de la poesía femenina de Nicaragua y América Latina.
Esta poeta le canta al amor, pero también le
canta a la naturaleza como una hija agradecida. Da gracias por sus elementos
vitales como el agua, el fuego y el aire. Es una poeta de abajo y también de
las alturas, de la tierra y de las estrellas, de las partes y del todo. Su
poesía es un canto cósmico. Hay misticismo en esta poesía. Pero un misticismo
natural, en el sentido en que su propósito es –a pesar de que encontramos a través
de las páginas de su poemario Emmanuel
(Miami: Editorial SIBI, 1987) el substantivo Dios– la unión con la naturaleza:
Y se multiplicaron las semillas
formándose más gérmenes y mundos.
Florecieron
los pétalos del aire.
Empezaron
las sílabas del fuego.
Circularon
las órbitas del agua.
Árbol adentro floreció
la tierra.
La
tierra se formó de la esperanza.
Con su libro más reciente, Homenaje a la tierra (Miami:
Proyecto II, 2008) Rubí viene a enriquecer aún más su arsenal poético. Antes
que nada este poemario es un canto –tema hasta hoy poco abordado en la lírica de nuestro país– a
Acahualinca. Al barrio de Acahualinca y a las huellas de Acahualinca. No
podemos pensar por separado a las gentes de Acahualinca, gentes olvidadas por
el resto del mundo. Y las huellas de Acahualinca, expresión arqueológica de nuestros
antepasados. Cuando decimos “barrio de Acahualinca” tenemos presente siempre,
las huellas de Acahualinca y viceversa. Sin embargo, son dos expresiones
distintas de la historia de la humanidad. Las huellas de Acahualinca son el
testimonio de nuestra existencia
milenaria. Dice Rubí: “En el principio ⁄ a ella bajaron los dioses ⁄ dejando
sus huellas”.
Y el barrio de Acahualinca es un submundo. El mundo
de los miserables. Un testimonio de la desigualdad imperante en nuestro mundo
contemporáneo. Entonces, Rubí, con su particular estilo de poetizar, eleva su
canto, que es en parte un llamar la atención de aquellos que gustan de la
antropología y la arqueología y en parte, protesta por semejante falta de
equidad en la distribución de nuestros recursos:
La
gente de Acahualinca
tiene sed
y mira a la luna
pero
solo tiene a ella
la luna
la
luna culebrea
en el agua del lago
Xolotlán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario