sábado, 23 de junio de 2012

Rubí Arana, poeta del amor sublime




Plutarco Cortez

Podemos considerar a Rubí Arana, escritora nacida en 1941 en Masaya y radicada en Miami desde 1974, una poeta del amor, pero no del amor erótico caliente. No de ese erotismo terrestre y caliente, al que nos tienen acostumbrados las poetas nicaragüenses, con Gioconda Belli a la cabeza. El erotismo de Rubí es un erotismo terrestre pero a la vez sublime.
A diferencia de esta poeta, otras autoras nicaragüenses no han podido evitar, porque no pueden o porque no han querido, el caer en ese erotismo terrestre y caliente que se origina con Belli. Poesía sublime pero vital la de Rubí. En esta poesía de vuelo cósmico, el ser amado no es un arquetipo, es un hombre de carne y hueso, un ser palpitante y vital. Y lo sublime se funde con las emanaciones de la carne. Lo sublime en esta poesía, no es antítesis de lo concreto y determinado.
Entendemos aquí lo sublime como un estado que trasciende lo vulgar y lo racional. Es lo que nos revela Rubí a través de sus poemas. Su amor trasciende pero esto no le impide disfrutar intensamente cuando está cuerpo a cuerpo, carne contra carne con el amado:

                        Se desplaza en mis manos
                        algo como un sonido.
                        Te me vienes llorando
                        y me voy a la sombra.

Nuestra poeta va exponiendo su concepción del mundo, de la vida y del amor, de un modo que nos obliga a una lectura entre líneas. No podemos ponernos a buscar significados últimos y específicos. Fracasaríamos en tal propósito. La riqueza verbal y de contenidos no nos permite establecer un esquema rígido de esta poética. Una poética sugerencial. Una poética intimista. Si estuviésemos obligados a ubicarla en un contexto filosófico, lo haríamos sin vacilar en el contexto solipsista. Esta actitud filosófica nos permite pensar en que tenemos una identidad personal, propia, privada e inaccesible que nos obliga a distinguirnos del resto.
Por lo demás. en la poesía de Rubí, como en toda auténtica poesía, se refleja lo trágico que resulta la imposibilidad, en un mundo cambiante, donde todas las cosas cambian continuamente, de forma y de lugar, adoptar una identidad persistente. El yo no es sino que está siendo. En esto radica el drama del yo. La búsqueda del yo es una búsqueda dramática, y una actividad por sí misma poética.
Rubí es una poeta dueña de su propio estilo y lenguaje. Con su poesía ha contribuido enormemente al enriquecimiento de la literatura nicaragüense. Sin lugar a dudas, estará entre las máximas exponentes de la poesía femenina de Nicaragua y América Latina.
Esta poeta le canta al amor, pero también le canta a la naturaleza como una hija agradecida. Da gracias por sus elementos vitales como el agua, el fuego y el aire. Es una poeta de abajo y también de las alturas, de la tierra y de las estrellas, de las partes y del todo. Su poesía es un canto cósmico. Hay misticismo en esta poesía. Pero un misticismo natural, en el sentido en que su propósito es a pesar de que encontramos a través de las páginas de su poemario Emmanuel (Miami: Editorial SIBI, 1987) el substantivo Dios la unión con la naturaleza:

Y se multiplicaron las semillas
formándose más gérmenes y mundos.
                        Florecieron los pétalos del aire.
                        Empezaron las sílabas del fuego.
                        Circularon las órbitas del agua.
                        Árbol adentro floreció la tierra.
                        La tierra se formó de la esperanza.

Con su libro más reciente, Homenaje a la tierra (Miami: Proyecto II, 2008) Rubí viene a enriquecer aún más su arsenal poético. Antes que nada este poemario es un canto tema hasta hoy poco abordado en la lírica de nuestro país– a Acahualinca. Al barrio de Acahualinca y a las huellas de Acahualinca. No podemos pensar por separado a las gentes de Acahualinca, gentes olvidadas por el resto del mundo. Y las huellas de Acahualinca, expresión arqueológica de nuestros antepasados. Cuando decimos “barrio de Acahualinca” tenemos presente siempre, las huellas de Acahualinca y viceversa. Sin embargo, son dos expresiones distintas de la historia de la humanidad. Las huellas de Acahualinca son el testimonio de nuestra existencia milenaria. Dice Rubí: “En el principio ⁄ a ella bajaron los dioses ⁄ dejando sus huellas”.
Y el barrio de Acahualinca es un submundo. El mundo de los miserables. Un testimonio de la desigualdad imperante en nuestro mundo contemporáneo. Entonces, Rubí, con su particular estilo de poetizar, eleva su canto, que es en parte un llamar la atención de aquellos que gustan de la antropología y la arqueología y en parte, protesta por semejante falta de equidad en la distribución de nuestros recursos:

            La gente de Acahualinca
                                               tiene sed
                                                y mira a la luna
            pero solo tiene a ella
                                             la luna
            la luna culebrea
                                   en el agua del lago Xolotlán.


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